3 abr 2012

Tú eres el camino.



Aun recuerdo con nostalgia y cariño los años en los que mi vida estuvo al borde de la muerte absoluta. Los muchos años de incomunicación y de falta de cariño, me hicieron entrar en una ola de destrucción interna que me llevó a pensar en el suicidio cada hora del día. El primer brote maniaco-depresivo fue un regalo de la vida que me trajo el conocimiento de que había algo que no marchaba bien y que se estaba acercando a un límite peligroso.

Cuando tuve la oportunidad de volver a “retomar” los hábitos, después de muchos intentos por superar la adicción a la medicación o “síndrome de abstinencia”, me di cuenta de que mi vida no había estado bien en ningún momento y que, ya desde pequeño, había estado viviendo todo un conflicto vital a mi alrededor.

Por alguna razón sufría al ver a los demás tristes, insanos y llenos de odio, y más aún, cuando yo decidí sumarme a aquella ola de desdicha en la que la paz interior, el bienestar y la felicidad desaparecen rápidamente, dejando paso a un estado de angustia, pena y antipatía por todo lo que fuera respirar y vivir.

Fueron diez largos años de profundo sufrimiento, en los cuales, la vida deambulaba  entre el sufriendo, la falta de ganas de vivir, la autocrítica constante y el vacío de estar viviendo en un cuerpo y una mente que estaban más cerca de la muerte que de la vida. En ningún momento tuve la suerte de que alguien me ayudase personalmente con su ejemplo y equilibrio para elevar la poca fe que tenía, pero, al comenzar la práctica de yoga, cada pedazo de dicha que le robaba a las sesiones se instalaba en cada célula de mi cuerpo, haciéndome reconocer el estado de dicha en el que uno, además de estar bien, comprende el verdadero sentido de ser libre.

Seguí, como un sabueso adiestrado, el aroma de aquel dulce néctar que despejaba mi alma y alimentaba mi cuerpo, como el niño que mete la cabeza dentro del agua tras haber cogido aire y ya no puede aguantar más bajo el agua, sacando con energía y tomando ese dulce y agradable trozo de vida que siempre entra por nuestras fosas nasales.  

Aunque tuve grandes dosis de incertidumbre y miedo a haber perdido el rumbo de mi vida, si es que alguna vez lo había tenido, seguí caminando animado por esos pequeños destellos de profunda dicha que sentía en cada sesión. Ellos me hacían saber que había algo más tras aquella práctica, algo tan bello que solo puede ser descubierto por aquellos que tienen la fe suficiente como para lanzarse al vacío sin alas a pesar de morir el en intento, enfrentando la muerte de la seguridad de la ilusión de la mente, caminando hacia delante aun sabiendo que el camino no existe, sino, que va naciendo en cada paso que das, convirtiéndote tú en el propio camino que tanto temes, pues, tú lo eres todo.  

Aquellas sesiones me ayudaron a comprender la importancia de respirar conscientemente, de respetar el cuerpo y de observar los pensamientos y las emociones, desprendiéndome de su poder y adquiriendo así, un inmenso poder apoyado en la  libertad que el alma regala cuando estas presente, observas y haces un uso controlado y correcto de tu existencia.

Querido hermano del alma, si estás bajo la enfermedad y la falta de ganas de vivir, si tu vida se tambalea y desequilibra en cada instante, si has perdido la fe en ti mismo, te invito a caminar poniendo en práctica el hábito de respirar conscientemente todo el tiempo que te sea posible. Agárrate a este hábito y harás de tu vida una dicha constante como primer paso de tu largo camino hacia la dicha que somos todos.